AL QUITE

La gorrilla del maestro

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Antonio Ferrera, en Mourao, con la gorra del maestro Manzanares. (FOTO: JM Ambrós)
Antonio Ferrera, en Mourao, con la gorra del maestro Manzanares. (FOTO: JM Ambrós)

«Por eso no es de extrañar que Ferrera ayer, nada más conocer la noticia, dispusiese sus pertrechos para volar de Lima a España.  De ahora en adelante Manzanares, el maestro, siempre estará en su cabeza, sin necesidad siquiera de tener que calarse su gorrilla…»

Antonio Girol.-

Coincidí hace tres años con Antonio Ferrera en las gradas de la plaza de Mourao. La población lusa celebraba su tradicional festival de febrero y acudí a ver el festejo.  A mi lado se sentó el diestro de Villafranco del Guadiana, que había acudido a lo mismo que un servidor y otros muchos aficionados pacenses, deseosos por esas fechas  de ver toros en directo.

Reparé al instante en la gorra que traía Antonio. Soy un enamorado de esa prenda y suelo fijarme bastante. Aquella era una gorra con un aire muy campero. Era como si intuyese que tuviese una historia que contar. Y la tenía. Ferrera se la quitó y, casi acariciando su visera, me dijo: “¿Sabes de quién es?” Indudablemente no lo sabía y así se lo expresé con un movimiento negativo de cabeza y la curiosidad centelleando en mis ojos.

Acto seguido, con una sonrisa dibujada en sus labios, añadió: “Es del maestro Manzanares. Estuve hace unos días con él, en su casa. Fui a verle y paseando por el campo le dije que me gustaba la gorra que llevaba. Entonces se la quitó y me dijo: es tuya” Volvió a calarse la prenda en la cabeza y noté en su mirada el orgullo que le suponía llevar aquella gorra de Manzanares.

En ese gesto, que puede parecer nimio, se encierran muchas virtudes. Pero por encima de ellas reina, sin lugar a dudas, la generosidad. No ya por el hecho del regalo sino por el de la entrega. Que en esta ocasión fue una gorra pero que en un pasado reciente fueron sus enseñanzas, su pupilaje. Entonces,  siendo Ferrera un niño al que llamaban Antoñito, el maestro Manzanares le acogió como propio e hizo suyo en el magisterio del arte de torear. ¿Hay algo más espléndido que dar a otro lo que de uno desborda? De ahí nacería ese vínculo que por siempre ha unido a mentor y discípulo, hoy a su vez ya convertido en maestro.

«…¿Hay algo más espléndido que dar a otro lo que de uno desborda? De ahí nacería ese vínculo que por siempre ha unido a mentor y discípulo, hoy a su vez ya convertido en maestro…»


 

Un vínculo que, como ocurre cuando el lazo es fuerte, ni la muerte puede romper. Por eso no es de extrañar que Ferrera ayer, nada más conocer la noticia, dispusiese sus pertrechos para volar de Lima a España.  De ahora en adelante Manzanares, el maestro, siempre estará en su cabeza, sin necesidad siquiera de tener que calarse su gorrilla.