Esta sí es nuestra fiesta

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Alumnos y profesores del Patronato de Tauromaquia de Badajoz. (FOTO:Cortesía Diputación Badajoz)
Alumnos y profesores del Patronato de Tauromaquia de Badajoz. (FOTO:Cortesía Diputación Badajoz)

«…En esas semanas en que lo adyacente a la fiesta saca sus garras y repta por sus paredes, queriendo copar un sitio de privilegio donde no le compete, vuelvo los ojos, más que nunca, a los niños y niñas de la Escuela y las ilusiones que despiertan …»

Antonio Girol.-

El pasado martes, en estas mismas páginas, Estefanía Zarallo, con respecto a los hechos acaecidos en la plaza de Barcarrota llegaba a la conclusión de que aquello no era representativo de la fiesta que sentía como suya.Coincido en su apreciación porque lo que allí ocurrió nunca puede ser ejemplo de nada, ni nadie, sino más bien motivo de sonrojo para todos los implicados.

Por eso, hoy tomo avíos de escribir para dar la vuelta a aquel título y hablarle de una parte de la fiesta que a mí personalmente sí me representa, la cual sí siento como mía por los valores que encierra. Esa que surge desprovista de cualquier tipo de interés más allá del de querer ser torero.

¿Se han parado a pensar si hay algo más romántico que acostarse una noche mirando un traje de luces casi apagadas por el uso repetido de alumbrar sueños, a la espera del amanecer del día en que vas a trenzar paseíllo en una plaza? Ya les digo yo que no.

Esas sensaciones, tan difíciles de explicar con palabras por pertenecer al mágico mundo de los sueños, son las que experimentan en sus carnes todos esos jóvenes de la Escuela Taurina de Badajoz que reciben de manos de ‘Antoñete’ el papelito que les marca el destino. Antonio Jiménez, el genial profesor, persona merecedora de elogios que, desde el sempiterno bastidor de la humildad, no deja un día sin estar pendiente de los que siente como suyos, con esa mirada más propia del padre que del maestro.


«…¿Se han parado a pensar si hay algo más romántico que acostarse una noche mirando un traje de luces casi apagadas por el uso repetido de alumbrar sueños, a la espera del amanecer del día en que vas a trenzar paseíllo en una plaza?…»


Antonio Jiménez, el genial profesor, persona merecedora de elogios que, desde el sempiterno bastidor de la humildad, no deja un día sin estar pendiente de los que siente como suyos, con esa mirada más propia del padre que del maestro.El hombre que les ha ido viendo crecer, ilusionarse, aprender el oficio y en muchas ocasiones llorar de rabia, impotencia o alegría, que también se llora cuando se es inmensamente feliz. Antoñete sí representa a la fiesta que yo quiero.

Como lo hace Nandi Masedo, que desde la atalaya del Patronato se desvive para que al alumnado no le falten pitones a los que enfrentar sus temores de principiantes. Sin su labor, a veces no agradecida lo suficiente, al frente del Patronato, organizando clases prácticas, buscando tentaderos, Ayuntamientos o empresas que quieran apostar por la tauromaquia, aquella Escuela que nació bajo el influjo de los aficionados más cabales de esta ciudad y con el aroma a carteles antiguos en los altos del Club Taurino, nunca hubiese podido llegar a ser ese vivero de toreros que es en la actualidad.


«…aquella Escuela que nació bajo el influjo de los aficionados más cabales de esta ciudad y con el aroma a carteles antiguos en los altos del Club Taurino…»


También forma parte de esa fiesta, Luis Reina, que a diferencia de otros toreros que lo único que hacen es ceder su nombre a proyectos de escuelas, él sí empolva su inconfundible sombrero de jipijapa por todas esas plazas de talanqueras, dando consejos a la chavalería que empieza a germinar en torero.

Al igual que están dentro, Tomás Rodríguez que, desde el silencio que tantas palabras narra, está siempre al lado del aquel que más le necesita cuando las cosas no salen como se soñaron en la soledad de la habitación, o José Manuel Ambrós, con su fe inquebrantable teñida de tinta fresca, en la que inmortaliza la biografía casi neonata de los que, como ocurriese en la Roma clásica, cruzan la arena para vivir o morir por un sueño, nada más y nada menos que el de ser toreros, que ahí es nada. Como lo son todos esos hombres esmaltados en plata, pero forjados en oro, que aportan sabiduría, consejo y tranquilidad a los que hoy se inician en aquello que un día soñaron ellos.

Por eso en esas semanas en que lo adyacente a la fiesta saca sus garras y repta por sus paredes, queriendo copar un sitio de privilegio donde no le compete, vuelvo los ojos, más que nunca, a los niños y niñas de la Escuela y las ilusiones que despiertan en ellos, en mí, y en todos los que queremos a esta fiesta, para alzar mi voz diciendo esta sí es la nuestra.


* Artículo publicado conjuntamente en el diario HOY, en la sección TOROS, de fecha 18 de septiembre de 2010.