A pesar de todo, mereció la pena

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«…Y digo esto porque allí el mayor esfuerzo no lo hicimos los aficionados que nos rascamos el bolsillo sino uno de los espadas, Antonio Ferrera, que no quiso dejar a su afición extremeña sin verle en una de las pocas corridas que ha tenido esta temporada en esa región …»

 

E. García Antúnez.-

Por suerte para quien esto suscribe no han sido muchas las corridas de toros en las que uno de los matadores que estaba anunciado se ha caído a última hora del cartel por haber ido al hule los días previos. Y digo por suerte por dos razones, en primer lugar porque no me gusta que los toreros sufran ningún percance y menos aún si es en plena temporada, y en segundo, por la parte que me toca, porque el momento de la sustitución es casi para echarse a temblar.

Generalmente suelen ser a la baja, perdiendo siempre el espectáculo y por ende el espectador, que si bien puede devolver su entrada debe ser la pieza más importante en estos momentos dentro del puzzle taurino y la que se debe preocupar en cuidar cualquier empresario que se precie. A la memoria vienen casos como la entrada en el cartel de Pedrito de Portugal por ‘El Fundi’ en la feria de Badajoz de 2009 o la de Israel Lancho por Miguel Ángel Perera en Barcarrota el pasado mes de septiembre. Es cierto que hay excepciones, como el mano a mano entre Morante de la Puebla y ‘El Juli’ cuando el de Puebla del Prior estaba anunciado con seis toros en 2008 en Zafra, pero por lo regla general, en el cambio suele salir perdiendo el aficionado.


«…los espectadores esperaban ver a un joven espada extremeño que ocupa el sexto puesto del escalafón, Alejandro Talavante, y han terminado por encontrarse con dos soporíferas faenas de Finito de Córdoba…»


Ese ha sido el caso de Mérida, en el que los espectadores esperaban ver a un joven espada extremeño que ocupa el sexto puesto del escalafón, Alejandro Talavante, y han terminado por encontrarse con dos soporíferas faenas de Finito de Córdoba, que si bien aún conserva un nombre en el panorama taurino, también anda ya más cerca de las portátiles de pueblo (con todos mis respetos) que de las grandes ferias del país. Soy consciente de las dificultades que puede conllevar encontrar a un torero para una sustitución, que deben ser muchas porque prácticamente era la hora de hacer el paseíllo y casi no se sabía quien pisaría el albero del coso del Cerro de San Albín.

No digo que hubiesen contratado a uno de los toreros de los veinte primeros puestos del escalafón, pero estando en Extremadura, se me ocurre un amplio abanico de diestros de la tierra que ese día hubiesen estado encantados de desempolvar los trastos y jugarse el tipo con un cuarto toro de la tarde que se fue con las orejas al desolladero por la poca entrega de Finito.

A la empresa se le puso como se las ponían a Felipe II para arreglar el entuerto inicial y anunciar a Miguelín Murillo, el torero de la ciudad de Mérida, que seguro que hubiese animado más la tarde y hubiese demostrado más entrega y valor, además de arrimar a sus paisanos hasta la plaza. Cuando un espada tiene pocas ocasiones de vestir de luces se entrega al máximo, sobre todo cuando está en su tierra así que sospecho que muy importantes y convincentes deben ser las razones de la empresa para dejar al diestro ese día en su casa.

El caso es que finalmente fue Finito de Córdoba el encargado de sustituir a Alejandro Talavante y quedó un cartel que no terminaba de enganchar al aficionado. Prueba de ello fue el cemento, protagonista de una tarde triste para una feria importante y para una plaza que ha congregado lo más granado del escalafón. Al final va a ser cierto aquello de que serán los mismos taurinos los que apuntillen la fiesta.

Tampoco animaban los precios de las entradas ya que si uno no quería achicharrarse al caluroso sol de septiembre en la capital extremeña, debía rascarse el bolsillo en la sombra y dejar 90 euros, o lo que es lo mismo 15.000 pesetas para a los que les cueste hacer la cuenta a la inversa, por una barrera y así, vayan restando cinco euros, en cada una de las filas que le siguen empezando por la contrabarrera.


«Tampoco animaban los precios de las entradas ya que si uno no quería achicharrarse al caluroso sol de septiembre en la capital extremeña, debía rascarse el bolsillo en la sombra y dejar 90 euros, o lo que es lo mismo 15.000 pesetas para a los que les cueste hacer la cuenta a la inversa,«.


A pesar de todo lo expuesto, y sin que piensen que me contradigo, mereció la pena ir a los toros el sábado en Mérida. Y digo esto porque allí el mayor esfuerzo no lo hicimos los aficionados que nos rascamos el bolsillo sino uno de los espadas, Antonio Ferrera, que no quiso dejar a su afición extremeña sin verle en una de las pocas corridas que ha tenido esta temporada en esa región cuyo nombre pasea y ha paseado con orgullo por toda la geografía española. Ya lo anunciaba días antes en Badajoz Taurina, en una entrevista concedida a Antonio Girol. Muy mal se tenían que poner las cosas para que se quedase en casa esa tarde.

Con un vendaje que se dejaba entrever por el blanco de su taleguilla, el torero de Villafranco del Guadiana hizo el paseíllo y recibió una calurosa ovación antes de que saliese su primer toro. A partir de ahí entrega, valor, emoción, lucha, pelea, esfuerzo, ganas, poder… recital de Ferrera aún con los puntos de la cornada en Calahorra. Con el quinto llegó el despliegue de banderillas y la emoción a sus ojos, que contuvo como pudo pero que puso la carne de gallina a todos los aficionados. Sólo por ese amor propio y entrega para con la profesión, merecía la pena ir a los toros a Mérida.

No quiso ser menos El Cid y compensó a la afición regalándole una gran faena al sexto toro de la tarde. Toreó como mejor sabe y fue premiado con las dos orejas.

Se acabó lo que se daba en Mérida. Ya no hay más toros ni más toreros de lidia a pie hasta el año que viene. Con ese sabor amargo de que las cosas podrían haberse hecho de otra manera y podría ser mejor, la afición se despide un año más del coso del Cerro de San Albín, con la esperanza de que el año que viene, sea la fiesta la que gane.