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De Carnerero a Muñoz, el secreto de ‘Los Guateles’

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Antonio Carnerero, un toro de Guateles y Carlos Muñoz (FOTO: André Viard/Gallardo)
Antonio Carnerero, un toro de Guateles y Carlos Muñoz (FOTO: André Viard/Gallardo)

«…un encaste que en los últimos años ha ido perdiendo presencia en los ruedos hasta el punto de que su hierro y su leyenda habían quedado prácticamente olvidados hasta que surge la figura de otro romántico que, emulando a Antonio Carnerero, ha entregado su vida a esta sangre. En este caso se trata de Carlos Muñoz…»

Antonio Girol.-

Corría el año de 1970 y justo cuando la primavera rompía a brotar con todo su esplendor en Botoa, la finca ganadera en la que años atrás Lisardo Sánchez crió sus toros de encaste propio, desembarcaban 75 vacas. De ellas, 39 con el hierro de Fonseca y las otras 36 con el de Juan Pedro Domecq. Para su cubrición se había elegido a tres toros que obedecían por el nombre de ‘Opresor’, ‘Fantasio’ y ‘Gardenio’. Este último de pelo castaño; y los otros dos, negros.

Este hato que Baltasar Ibán y Antonio Arribas en sociedad habían comprado meses antes a Domingo, el ahijado de la ganadera salmantina María Antonia Fonseca, fue puesto en manos de Antonio Carnerero. Uno de esos hombres tocados por la varita de la genialidad. Cuyo nombre irá ya por siempre ligado al de la ganadería que acababa de formarse y que se anunciaría con el de ‘Los Guateles’.

Bien podría decirse que Carnerero es el padre putativo de esta singular sangre que se forjase en las prósperas tierras de Botoa. Ya que sus sabias manos y su privilegiada cabeza son las que dan forma a unos toros que dada su pureza genética y selección han derivado en encaste propio.

Durante casi tres décadas, Antonio Carnerero estará al frente de una vacada que cambiará de propietarios pasando de Los Jesuitas, legatarios de Ibán, a Miki Litri. Tanto con unos como con otro, él seguirá siendo el alma mater que diseñe un animal que destacará por ser bajo, corto de manos, con cuello y sin excesiva cara. A lo que hay que sumar una particularidad muy llamativa: el llamado ‘ojo gordo’ Es decir, sus ojos saltones o de sapo, que le dan marca de identidad. Esto último unido a las características pintas burracas y salpicadas será su más característica seña identitaria.

Pero donde el toro de ‘Los Guateles’ marcará su diferencia será en su bravura. Tanto en el campo, haciendo casi imposible su manejo, como en la plaza embistiendo como tejones. Carnerero seleccionará y escrutará en los genes hasta dar con un animal de gran fijeza y fiereza. De embestidas incansables. Muy repetidores y con la gran virtud de humillar mucho.

«…Carnerero seleccionará y escrutará en los genes hasta dar con un animal de gran fijeza y fiereza. De embestidas incansables…»


 

Este exceso de bravura que antaño fue su mejor moneda, hoy podría decirse que es la que más les perjudica; ya que se rompen mucho en los primeros tercios y al llegar al último suelen hacerlo desfondados. Ya se sabe que la fiesta actualmente está totalmente prostituida para que solo cuente el tercio de muleta. O mejor dicho, el tedioso tercio. Y que aquello que antes se resolvía con veinticinco muletazos ahora precisa de cinco veces veinticinco para coger forma.

Ahí radica uno de los males de un encaste que en los últimos años ha ido perdiendo presencia en los ruedos hasta el punto de que su hierro y su leyenda habían quedado prácticamente olvidados hasta que surge la figura de otro romántico que, emulando a Antonio Carnerero, ha entregado su vida a esta sangre. En este caso se trata de Carlos Muñoz, el menor de una familia ganadera que en Doña Elvira, en el término de Valencia del Ventoso, cría los ‘Guateles del siglo XXI’, y que ya este año han provocado los primeros y sonados triunfos para el hierro que un día su abuelo Cayetano soñase en azul y verde.